Página web del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF).

SAFARI. Ulrich Seidl. 91 minutos. Austria (2016).

¿Cuánto atrevimiento cabe en un cineasta? ¿Cuánta coherencia? Todo documentalista debería acercarse a la obra del austríaco Ulrich Seidl para aprender unas cuantas cosas sobre el arte de aproximarse a la realidad sin prejuicios. Sus adeptos intuíamos que no existía el tema que pudiera derribar el sólido andamiaje formal y ético de su cine, algo que se ratifica en Safari, su película sobre el fenómeno de la caza de animales salvajes en África. El tema es tan espinoso que resulta asombroso el acercamiento que propone Seidl: lejos de la simple toma de partido, el director de En el sótano se acerca a sus cazadores teutones con genuina fascinación. En unas escenas características del cine de Seidl –plano general frontal, con los personajes rodeados de objetos que los definen–, el austríaco filma a los cazadores jactándose de sus proezas. La desfachatez imperante puede llegar a resultar hiriente, pero a Seidl no le tiembla el pulso: él continúa a lo suyo, observando, explorando, dejando que el espectador saque sus propias conclusiones.

Los mejores momentos de Safari llegan durante las expediciones de caza: la espera y la tensión de la persecución genera un suspense que da pie, en momento del disparo, a una verdadera orgía de rituales paganos que da forma a la (terrorífica) mística de la caza: la excitación casi sexual del cazador, la felicitaciones en forma de abrazo fraternal, el absurdo reconocimiento del supuesto honor de la presa derribada, la foto de rigor junto al “trofeo”. Durante estas expediciones, podemos advertir un pequeño detalle que pasará a ocupar el centro del discurso geopolítico del film. Junto a los cazadores y los guías blancos, siempre se advierte la presencia de algún empleado negro, un acompañante invisible que luego se encargará del trabajo sucio: arrancar la piel y descuartizar a las presas en el matadero. Un claro ejemplo del espíritu neocolonialista que emana de un negocio en el que no hay duda de quienes son los reyes y quienes los peones. Manu Yáñez

le fils de joseph - 1

LE FILS DE JOSEPH. Eugène Green. 115 minutos. Francia, Bélgica (2016). Con Victor Ezenfis, Natacha Régnier, Fabrizio Rongione, Mathieu Amalric, Maria de Medeiros.

La trama de esta pequeña joya coproducida por los hermanos Dardenne se desarrolla en un París donde reina una sensación de no-tiempo y no-lugar. Un territorio en el que los personajes son incapaces de comunicarse apropiadamente, dando pie a terribles consecuencias, como el intento de parricidio que llevará a cabo el joven protagonista de Le fils de Joseph. Éste es Vincent (Victor Ezenfis), un quinceañero obsesionado por conocer la identidad de su padre (Mathieu Amalric), que su madre soltera (Natacha Régnier) le ha ocultado desde que nació. Cuando da con el paradero de su progenitor, Vincent le sigue hasta propiciar un encuentro forzado, un encuentro que condicionara la existencia de todos los personajes de la ficción. Sin embargo, Green no concibe este encuentro paterno-filial como el punto de inflexión central del film. El autor de La religiosa portuguesa divide el relato en cinco capítulos que coinciden con cinco episodios bíblicos: el sacrificio de Abraham, el becerro de oro, el sacrificio de Isaac, el carpintero y la huida de Egipto. La correspondencia con el texto bíblico es incontestable. Además de los nombres de algunos personajes, en los cinco capítulos advertimos escenas parecidas a otras del Antiguo Testamento. Por otra parte, la dimensión bíblica y la tragicomedia familiar se intercalan durante las escapadas por las calles de Paris –donde los personajes se perderán contemplando la bella arquitectura de sus edificios e iglesias– o durante las visitas al Louvre para admirar la belleza de las obras de Caravaggio o Mantegna. Le fils de Joseph es una obra menor en comparación con La Sapienza, pero la belleza de sus imágenes y sus metáforas bíblicas y paganas son motivos suficientes para seguir reverenciando a Green. Carlota Moseguí

Juste-la-fin-du-monde

SOLO EL FIN DEL MUNDO (JUSTE LA FIN DU MONDE). Xavier Dolan. 97 minutos. Canadá, Francia. Con Gaspard Ulliel, Marion Cotillard, Léa Seydoux, Nathalie Baye, Vincent Cassel.

Con un reparto de primera división, Xavier Dolan se aproxima en Juste la fin du monde a una obra de Jean-Luc Lagarce, un referente del teatro francés contemporáneo, en la que un dramaturgo regresa a su hogar tras más de una década de ausencia para anunciar a su familia que tiene SIDA y le quedan pocos meses de vida. Esta fue, también, la enfermedad que mató a Lagarce en 1995, un lustro después del estreno de la obra. En cuanto al director canadiense, que ya cuenta con seis películas en su haber, parece casi imposible hablar de su cine sin que el titular haga referencia a su juventud y precoz ambición. Eso hace que el conjunto de su filmografía pueda percibirse como una especie de perpetua ópera prima, en la que cada nueva entrada resulte desmesurada de una forma y otra, prometiendo audacias (el formato vertical 1:1 de Mommy) y arrojo (en la misma película, hacer sonar el Wonderwall de Oasis sin preocuparse de que fuera percibido como un cliché carbonizado). Pero Juste la fin du monde no contiene esa clase de highlights instantáneos, sino que Dolan parece preocupado, sobre todo, por encontrar una forma cinematográfica que haga justicia a un material que no es suyo; algo por lo que ya pasó en Tom à la ferme.

Más allá de acercar la acción de la pieza a nuestros días y de introducir canciones (de Grimes u O-Zone), el director se ciñe al texto con fidelidad. Su opción de puesta en escena pasa por preguntarse qué puede ofrecer el cine que no sea posible en las artes escénicas, hallando la respuesta más lógica: el primer plano y el montaje. Dolan limita casi exclusivamente la interpretación del reparto a sus rostros, encuadrados muchas veces en ligero picado. Estos no comparten casi nunca el plano, de manera que a nadie le pase por alto la dificultad comunicativa que crispa a los miembros de la familia protagonista. La solución formal es tan elemental como consecuente, pero toda fuerza o verdad que pudiera contener el texto queda limitada por la dificultad que demuestran los intérpretes para hacerse suyas unas líneas plagadas de dudas, sin acabar de aprovechar tampoco el espacio dejado por el superávit de puntos suspendidos. Quedan, al menos, dos secuencias que vuelan más alto que el resto: la conversación entre el hijo enfermo (Ulliel) y la madre (Baye), que rebaja el histrionismo general, y la tozuda agresividad del clímax, que la fotografía de André Turpin baña en una luz de atardecer dorado. Gerard Casau

american-honey

AMERICAN HONEY. Andrea Arnold. 162 minutos. Estados Unidos, Reino Unido. Con Sasha Lane, Shia LaBeouf, Riley Keough.

American Honey es una película desconcertante. Y no porque sus formas resulten particularmente novedosas o extremas, sino porque durante la mayor parte de sus prolijos 162 minutos, uno se está preguntando qué pretende hacer Andrea Arnold con esta road movie que recorre la América desarrapada. Y es muy posible que lo que nos cueste aceptar sea, justamente, que sus propósitos son muy sencillos: seguir a una chica de 18 años que se sube a una furgoneta junto a otros jóvenes para trabajar vendiendo revistas de puerta en puerta por pueblos y ciudades estadounidenses. Los personajes de American Honey viven con hedonismo incluso cuando están trabajando; follan, bromean, beben y fuman porros, se discuten y se pelean en absurdos juegos/ritos privados. No hay puntos de giro ni picos dramáticos; existe el viaje, pero no el destino, y todo es observado por la mirada afectuosa de Star (Sasha Lane), la protagonista, quien irradia una especie de inocencia callejera, y parece dispuesta a probar cualquier cosa con tal de no mirar atrás.

Acaso lo que más nos desoriente de la película es su negativa a adoptar un registro satírico. El cine nos ha vendido el Sueño Americano en multitud de ocasiones, pero también nos ha instado a desconfiar del fanatismo religioso que actúa como cinturón de buena parte del país. Pero Andrea Arnold no parece querer reírse de nadie, sino acompañar a una juventud cuya relación con el mundo se define más por la hospitalidad que por lo hostil. Dicho esto, el aspecto más cuestionable de American Honey es que apenas es capaz de definir tres personajes: la protagonista Star, y los encarnados por Shia LaBeouf y Riley Keough, jefes-hermanos mayores de una tribu a la que la directora acaba tratando poco menos que como flora local, que cobra vida instantáneamente al son de las canciones de Rihanna, Big Sean y E-40 que escuchan y cantan mientras viajan. Una playlist generacional que acaba dando a American Honey la apariencia de un musical indirecto, contrapunteado por el “Dream Baby Dream” de Suicide que, en boca de Bruce Springsteen, parece convertirse en himno oficioso de los Estados Unidos blue collar. Gerard Casau

godless_05

GODLESS. Ralitza Petrova. 99 minutos. Bulgaria, Dinamarca, Francia (2016). Con Irena Ivanova, Ventzislav Konstantinov, Ivan Nalbantov.

Esta ópera prima búlgara es otro triunfo de la sordidez, el sadismo y la crueldad. No caben dudas de que Petrova es una directora competente y hará carrera, pero más allá de la solidez narrativa, Godless no es un film que quiera rescatar ni mucho menos defender. La historia está contada desde el punto de vista de Gana (Irena Ivanova), una mujer gris, poco atractiva y nada simpática que se gana la vida como médica a domicilio para ancianos seniles. Pero su principal fuente de ingreso consiste en robarles sus documentos de identidad para luego venderlos en el mercado negro, donde se usarán para diversos fraudes. Imperturbable frente al daño que ella y sus seres cercanos van causando, la vida de Gana parece empezar a cambiar cuando conoce a un viejo que participa en un coro. El canto la conmueve y empieza a interesarse por su vida ¿Será suficiente para una segunda oportunidad o una redención? La respuesta hay que buscarla en el mundo de Petrova, discípula con honores del cine de Alejandro González Iñárritu y tantos otros. Los méritos formales y visuales (en pantalla 4:3) quedan esta vez sepultados por una mirada recargada y machacadora sobre los efectos del capitalismo salvaje en la vida del ciudadano medio. Diego Batlle