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SAINT LAURENT (INAUGURACIÓN). Bertrand Bonello. 135 min. Francia (2014). Con Gaspard Ulliel, Louis Garrel, Léa Seydoyx, Jérémie Renier.

Este segundo largometraje sobre la mítica figura de Yves Saint Laurent, presentado en Francia cinco meses después del biopic “oficial” de Jalil Lespert, se erige en una experiencia sensorial tocada por un halo de arrebatadora pomposidad y visceralidad. Bertrand Bonello se entrega aquí a un cierto barroquismo que dialoga con las pulsiones excéntricas del mundo de la alta costura: un ejercicio de belleza iconoclasta que merodea el kitsch sin llegar a abrazarlo. En este sentido, la haute couture de Bonello no puede compararse con el prêt-à-porter de Jalil Lespert. Lo que distingue a Saint Laurent es que el director de Casa de tolerancia no clama por la redención del célebre modisto, tampoco espera que el espectador se compadezca del protagonista.

Puede que, puntualmente, veamos a Saint Laurent como una suerte de mártir enfermo, incapaz de controlar sus bajas pasiones, pero Bonello no impone un posicionamiento moral, no es su juego. Como ocurría en De la guerra, Tiresia o Le pornographe, Bonello expresa de nuevo su fascinación por la perversidad, construyendo un viaje alucinógeno en el que no se juzga a los personajes, pese a que sus conductas puedan parecer censurables. Bonello tampoco idolatra. El cineasta busca un ideal de provocación que no es gratuito, sino catártico. Propósito que alcanza gracias al trabajo de un elenco soberbio que redefine el término ‘descaro’. Gaspard Ulliel, Louis Garrel, Léa Seydoux y Aymeline Valade son unos Carontes chic de Paris, que bajo las órdenes de Bonello guían al público por el laberíntico e hipnótico inframundo que transitó el auténtico Yves Saint Laurent. Carlota Moseguí

HILL OF FREEDOM. Hong Sang-soo. 67 min. Corea del Sur (2014). Con Ryô Kase, So-ri Moon, Young-hwa Seo, Eui-sung Kim.

En un momento crucial de Hill of Freedom, a una mujer se le caen al suelo los papeles de una larga misiva que le ha enviado su amado. Al recoger los papeles, la mujer no atina a ordenarlos correctamente, dando origen a la narración anticronólogica y fragmentaria que pasará a dominar el conjunto del film. Lo interesante de la nueva película de Hong Sang-soo es que ese desorden narrativo no es la parada final del proceso de experimentación, sino el punto de inicio. Lo que en manos de otro director se hubiese convertido en un simple rompecabezas formal, aquí se multiplica en un sutil festín de trasgresiones narrativas. Hong mezcla pasado, presente y futuro; fantasía, sueño y realidad; tomando como anclaje conceptual su habitual desarrollo de un tema y sus variaciones. Aquí, como en la mágica En otro país (con Isabelle Huppert), los temas centrales vuelven a ser las diferencias culturales, las barreras lingüísticas –los personajes son una mezcla de coreanos y japoneses, y hablan la mayor parte del tiempo en inglés– y la naturaleza caprichosa y esquiva del deseo amoroso. En el cine contemporáneo, nadie hace películas tan formulísticas y al mismo tiempo tan impredecibles y libres como las de Hong. Ningún otro director expresa su radicalidad de una manera tan discreta. Hong trabaja como un orfebre de esencias preciosas con alma de artesano. Manu Yánez

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LA PRINCESA DE FRANCIA. Matías Piñeiro. 70 min. Argentina (2014). Con Julián Larquier Tellarini, Agustina Muñoz, María Villar, Romina Paula.

¿Qué se puede esperar de una película cuya “princesa” del título es en realidad un dramaturgo empeñado en reinar en un mundo dominado por jóvenes actrices de teatro? Si la película la dirige Matías Piñeiro, el mejor director argentino del momento junto a Lisandro Alonso, podemos esperarlo todo y más. En las películas de Piñeiro, los personajes –chicos que ensayan una vida de bohemia– hablan sin parar, seduciéndose y traicionándose mientras juegan a confundir la realidad con las obras teatrales que ensayan sin parar (como en las películas de Jacques Rivette). Se trata de un mundo utópico, en el que el deseo y el arte bastan para (sobre)vivir.

La princesa de Francia está plagada de momentos sublimes. Una colección de elipsis y besos sirven para reflexionar sobre la dualidad efímera y eterna del amor. En otra secuencia, diferentes personajes repiten una misma escena intercambiando sus roles, como en una estructura musical de “tema y variaciones”. En una fantástica escena de discoteca, unas chicas rodean a un chico emulando el cuadro “Ninfas y sátiro” de William Adolphe Bouguereau, que aparece previamente en una visita a un museo. Y, por toda la película, Piñeiro va convirtiendo las palabras de sus criaturas –siempre claramente recitadas por unos actores sensacionales– en enigmáticos fetiches, como ocurre con las copias de Trabajos de amor perdidos de Shakespeare que circulan por las manos de los personajes. Resulta muy difícil encontrar en el cine actual películas tan misteriosas y gozosas como las de Piñeiro. Hay que verlo para creerlo. Manu Yáñez

LA SAPIENZA. Eugene Green. 107 min. Francia (2014). Con Fabrizio Rongione, Christelle Prot Landman, Ludovico Succio, Arianna Nastro.

Tras su paso por el Festival de Locarno, la nueva película EugeneGreen, realizador norteamericano radicado en Francia, vuelve a mostrar las cualidades que lo han convertido en uno de los cineastas más interesantes de la actualidad. Los que vieron algunas de sus películas previas (las extraordinarias Le monde vivant y Le Pont des Arts, entre otras) saben que su estilo combina planos fijos y largos, actuaciones desafectadas (en la línea de Bresson y Martin Rejtman), un montaje en el que los personajes parecen hablar a cámara, temáticas ligadas con la historia europea, y una pasión por la música y el teatro barrocos que impregna cada imagen del filme. Aquí el protagonista es Alexandre, un arquitecto que junto a su mujer viaja a Ticino, en la zona italiana de Suiza, a investigar la obra del arquitecto Francesco Borromini.

Durante el viaje, la pareja conocerá a dos jóvenes hermanos que se involucrarán en sus vidas. Hay algo de Te querré siempre de Rossellini, esa misma idea del viaje de la pareja en crisis y su recorrido por zonas históricas de Italia; pero Green va por otro lado. Le interesa la dualidad entre el trabajo artístico (inspirado) y la obra de encargo (rutinaria); todo ello conectado con una angustia de la mediana edad. Finalmente, pese a la aparente frialdad de los comportamientos y la estilizada rigurosidad de la puesta en escena, lo que se transmite es una especie de romántica nostalgia por la pasión de tiempos idos, una suerte de elegía por un pasado que parece irrecuperable pero que está en las nuevas generaciones empezar a recomponerlo, a través del contagio generacional y de la admiración por las grandes obras humanas de la historia. Diego Lerer

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THE FORBIDDEN ROOM. Guy Maddin y Evan Johnson. 130 min. Canadá (2015). Con Clara Furey, Roy Dupuis, Mathieu Amalric, Udo Kier.

En The Forbbiden Room, la habitual psicodelia alucinatoria, la fusión de géneros o los homenajes al cine mudo característicos de la obra del canadiense Guy Maddin devienen elementos más inteligibles de lo habitual. Codirigida por su antiguo colaborador Evan Johnson, The Forbidden Room se presenta como una incesante e inabarcable exaltación de la fabulación cinematográfica. Sin embargo, existe una historia principal que ordena este flujo de conciencia carente de sujeto: una obra que imagina el funcionamiento de un cerebro colectivo. Tras ser testigos de las savias palabras de un anciano en bata que da instrucciones sobre cómo tomar un baño –un acto acuático que lleva a otra historia sobre la precaria supervivencia en un submarino en alta mar–, los autores desvelan la trama esencial de la película: un miembro de la tripulación del submarino cuenta la leyenda de un cazador de lobos (Roy Dupuis) que rescata a su novia (Clara Furey) de los salvajes que la tienen presa en su cueva.

No obstante, decenas de digresiones entorpecen la continuidad de dicha ficción. Hablamos de interrupciones tan insólitas como el relato del sueño de un volcán o los recuerdos que rememora el bigote de un mayordomo (Udo Kier) a punto de ser asesinado por un histriónico burgués (Mathieu Amalric). El espectador se siente perdido, como Alicia en el País de las Maravillas, pero el universo de Maddin no promete maravillas, sino vampiros, asesinatos, lobotomías, orgías con esqueletos, accidentes automovilísticos y catástrofes naturales. Una imagen de The Forbidden Room resume a la perfección los efectos secundarios que ocasiona el film: un cerebro estallando al saturarse. Carlota Moseguí

BIRD PEOPLE. Pascale Ferran. 127 min. Francia (2014). Con Josh Charles, Anaïs Demoustier, Roschdy Zem, Clark Johnson.

Desde el arranque, queda claro que la nueva película de la directora de Lady Chatterley, el despertar de la pasión apostará por algo no del todo convencional: las primeras tomas muestran a mucha gente en un tren y trabaja con el sonido de una forma original. Pero pronto la historia parece encontrar un eje en la figura de un ejecutivo de una empresa de software norteamericano que tiene una reunión de trabajo en Francia y se hospeda en un hotel cercano al aeropuerto. A pocas horas de viajar a Dubai para terminar un trabajo urgente, tiene una crisis personal y decide dejarlo todo. De ahí en adelante, Ferran seguirá lo que esa fractura produce en el protagonista y en sus seres más cercanos. Hacia la mitad, esa historia parece quedar de lado y empieza otra: la de una chica que trabaja en ese mismo hotel, a la vez que estudia. Pero luego habrá otro giro narrativo radical y entenderemos la lógica de ese comienzo. La de Ferran no es una historia convencional.

La película es despareja. Tiene buenos momentos e ideas y otros bastante absurdos que no se acaban de sostener dentro del arriesgado concepto del filme. Lo más interesante de la historia –al menos para mí– tiene que ver con la crisis casi espiritual del empresario y su negativa a seguir trabajando (y salir casi del hotel) por más caos que se produzca a su alrededor. Consecuencia de lo que parece ser un ataque de pánico en medio de la noche, esa crisis adquiere un sentido profundo que la película no consigue reeditar pese a sus intentos. Diego Lerer

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LA CHAMBRE BLEUE. Mathieu Amalric. 76 min. Francia (2014). Con Mathieu Amalric, Léa Drucker, Laurent Poitrenaux, Stéphanie Cléau.

Durante el pasado Festival de Cannes, nada más comenzar la proyección de La chambre bleue –adaptación de la novela homónima de Georges Simenon–, me invadió una extraña sensación: la sospecha de que podía encontrarme ante un ejercicio de exhibicionismo fílmico. Y es que la nueva película del excelente director Mathieu Amalric (Tournée) se presenta ante el espectador a través de un vendaval de artificios: cuerpos escindidos, brutales fueras de campo, saltos de eje, falsos raccords, miradas a cámara… Una celebración de la heterodoxia fílmica que, en un principio, apunta a una ostentosa celebración de la sensualidad fílmica, ligada a una idea carnal del amour fou. Así, debatiéndome entre la fascinación y el escepticismo, decidí, afortunadamente, suspender todo juicio y dejarme llevar por el film.

El profundo extrañamiento por el que apuesta Amalric adquiere todo su sentido cuando descubrimos que estamos ante una película que explora la impenetrabilidad de lo real: no parece haber manera de averiguar quién cometió el asesinato que convierte la película en una intriga criminal y judicial. Planteada como un sutil y al mismo tiempo endiablado vaivén de perspectivas –en ocasiones, los diferentes puntos de vista de un mismo personaje–, La chambre bleue funciona como un discreto laberinto en el que vale la pena perderse. En un momento determinado, un personaje verbaliza la misteriosa esencia del film: “La vida es diferente cuando la vives y cuando regresas a ella (a través de la memoria)”. Manu Yáñez

MANGLEHORN. David Gordon Green. 97 min. 2014 (Estados Unidos). Con Al Pacino, Holly Hunter, Chris Messina, Harmony Korine.

A principios de la década pasada, David Gordon Green (George Washington, All the Real Girls) fue recibido como ‘el nuevo Malick’; años después, sorprendió a propios y extraños subiéndose al carro de la Nueva Comedia Americana (Superfumados); y en los últimos años, ha terminado encontrando acomodo en el drama indie (Prince Avalanche, Joe). En Manglehorn, Gordon Green cede todo el protagonismo de la función a Al Pacino, que encarna a un viejo cerrajero que ha convertido el recuerdo de un amor de juventud en un muro alienante, una barrera que le mantiene protegido de un mundo gris –los suburbios de Austin, en Texas– en el que se siente un extraño más. Gordon Green se acerca al personaje a través de una puesta en escena que, por una parte, da margen de maniobra al show de Pacino, pero que en paralelo emplea una serie de efectismos –montajes entrecortados, cámaras lentas, uso de filtros de colores– que deben ayudar al espectador a percibir el progresivo colapso interior del personaje. En ciertos momentos, Manglehorn evoca el imaginario de Umberto D, el gran film neorrealista de Vittorio de Sica –sobre todo en la entrañable relación entre el personaje de Pacino y su gata–; sin embargo, la película se aleja del humanismo por culpa de un regodeo algo cruel en la miseria del protagonista. Manu Yáñez