Manu Yáñez (Festival de Cannes)

Sicario plantea una mirada incómoda sobre el papel que juega Estados Unidos en conflictos que se dan más allá de sus fronteras. ¿Qué peso tuvo esto en la realización del film?

Para mí, la película es una ficción absoluta, aunque contamos algo que podría llegar a ocurrir. Al mismo tiempo, mientras investigábamos diferentes aspectos de la película, nos reunimos con gente del FBI, y en muchos casos su respuestas eran del estilo: “Buena pregunta, pero no te podemos responder a eso” (risas). En este sentido, estoy muy agradecido por el extraordinario trabajo realizado por Taylor Sheridan, el guionista de Sicario, que hizo un trabajo de investigación extraordinario gracias a sus contactos con periodistas mexicanos y con operativos militares. El guión era muy preciso y al mismo tiempo complejo.

Sicario puede verse como un regreso a los temas de su película Incendies, que estudiaba las consecuencias de la guerra.

Sí, me interesa la cara trágica de los círculos de violencia. Existe la idea bastante extendida de que es posible solucionar un problema de raíz con violencia, pero en realidad eso engendra todavía más violencia. Con 47 años, tengo la sensación de que llevo toda la vida leyendo en el periódico sobre los mismo problemas una y otra vez. Recuerdo que, siendo un chaval, pensaba que con Yasir Arafat encontrarían una solución al problema palestino-israelí, pero todo sigue igual. Es como si el mundo no quisiera crecer, llegar a la edad adulta.

¿Al situar a una agente del FBI (interpretada por Emily Blunt) en el centro de la película, rodeada de hombres, buscaba plantear una reflexión “de género”?

Creo que pensar en la relación entre hombres y mujeres aporta una dimensión particularmente trágica a todo el universo del tráfico de drogas. Por ejemplo, sorprende analizar lo que ha pasado en Ciudad Juárez en las últimas décadas. A principio de los 90, Juárez vivió un momento de gran crecimiento económico. Abrieron muchas fábricas que dieron empleo a mujeres llegadas de diferentes partes del país. Pero entonces, a finales de los 90, con la escalada al poder de los cárteles de la droga y la corrupción generalizada, fueron justamente esas mujeres las que pagaron el preció por la destrucción del tejido social. Y, por cierto, la desintegración social que vivió Juárez creo que podría ocurrir en cualquier parte del mundo. Es una lección a tener en cuenta.

Sicario

En Sicario vuelve usted a trabajar con el gran director de fotografía Roger Deakins (colaborador habitual de los hermanos Coen) después de Prisioneros. ¿Qué ha aportado Deakins a su cine?

Es un privilegio trabajar con él. Cada nuevo plano que componemos es como una vuelta a la escuela para mí. Cada plano es una lección sobre la profundidad de campo, el fuera de campo, sobre cómo crear ritmo, sobre cómo utilizar el movimiento de la cámara de un modo expresivo. Aunque, por encima de todo, Roger me ha enseñado a contar historias: es un maestro de la narración. La estética por la estética no tiene sentido para él. Todo debe tener un significado. Es curioso porque le encontré justo en el momento de mi carrera en que buscaba potenciar mi dominio de la narración. No creo que fuese casualidad. Otra cosa que nos une es nuestro gusto por los silencios y el minimalismo. Para nosotros, es una prioridad intentar contar algo con los mínimos planos posibles, y de una manera humilde, sin demasiadas florituras. En el caso de Sicario, nuestra primera influencia fue el trabajo del fotógrafo Alex Webb y luego nos dejamos embriagar por el desierto. Con el presupuesto del que disponíamos, no podíamos ser demasiado escrupulosos. No podíamos hacer como Terrence Malick y rodar solo a la hora de la puesta de sol durante seis meses. Debíamos abrazar la realidad en plan guerrilla e intentar divertirnos. Terminamos jugando mucho con las siluetas de los personajes: sombras en el desierto.

¿Cómo fue rodar la larga y espectacular escena de la frontera, con los helicópteros, el atasco de coches, multitud de planos desde diferentes posiciones y distancias?

Fue duro. A nivel técnico, Sicario es mi película más ambiciosa. Contábamos con el handicap de no poder rodar en los escenarios reales donde transcurre la acción. Siendo un extranjero, filmar en Juárez es impensable, y la frontera está controlada por la Guardia Federal, que no deja filmar allí desde los atentados del 11 de septiembre de 2011. Así que tuvimos que recrear ese lugar sin estar allí. Lo rodamos en varios lugares y terminamos creando un collage.

Sus últimas películas muestran mundos y situaciones muy oscuros, escabrosos. ¿Siente la necesidad de alejarse de ello? ¿Tiene eso algo que ver con su decisión de embarcarse en la nueva película de Blade Runner?

Después de Prisioneros, tuve la suerte de encontrar financiación para dos nuevos proyectos. Uno era Sicario y el otro Story of Your Life, que cuenta la historia de un científico que debe determinar si unos alienígenas vienen en son de paz o a la guerra. Terminé decidiendo que lo mejor era penetrar en la oscuridad una última vez con Sicario y luego caminar hacia la luz con Story of Your Life, que es un poema muy bello sobre el valor de la vida. Y luego haré mi Blade Runner, con lo que cerraré un doblete de ciencia ficción. En cuanto a Blade Runner, no puedo contar demasiado a estas alturas. Sí puedo decir que no soy el tipo de director que puede estar tres semanas rodando delante de una pantalla de croma verde. Me gusta poder tocar lo que filmo y así espero a rodar mi Blade Runner.