Manu Yáñez

De los matrimonios en crisis de The Overnight al circo disfuncional de Krisha, pasando por los clanes polígamos de Prophet’s Prey, el Americana Film Festival tiene como uno de sus enclaves temáticos el claroscuro familiar, una mirada implacable a la cara más sombría de una de las principales instituciones estadounidenses. Así, en la primera jornada de festival, me crucé con dos nuevas disecciones de la familia made in USA, una más ácida, contundente y simple (Take Me to the River de Matt Sobel), la otra más irónica, amable e interesante (Digging for Fire de Joe Swanberg).

A Thomas Vinterberg parece haberle salido un fiel heredero en el corazón del cine indie. Su nombre es Matt Sobel y el año pasado se convirtió en una de las sensaciones del Festival de Sundance gracias a la presentación de la escurridiza Take Me to the River, una suerte de combo siniestro de los temas y situaciones que el cineasta danés desarrollaba en Celebración y La caza. El mérito del debutante Sobel consiste en condimentar el arisco cine de denuncia social de Vinterberg con unas pinceladas de extraño humorismo: una comicidad trabajada desde el esperpento. Con todo, la sofisticación de la operación fílmica contrasta con la tosquedad de la película, que funciona como un verdadero festival de incomodidad. La premisa no tiene precio: un matrimonio californiano acude con su hijo gay a una reunión familiar en Nebraska, en lo más hondo de la América white trash. Como el protagonista de Perros de paja, estos emisarios de la civilización deberán enfrentarse a la hostilidad de unos congéneres primitivos, salvajes, figuras a las que la película caricaturiza sin piedad. Así toma forma un choque cultural del que saltarán chispas cuando el hijo gay sea acusado de abusar de una de las niñas del clan, interpretada con su soltura habitual por Ursula Parker, la hija pequeña de Louis C.K. en la ficción televisiva Louie.

Apostando desde un primer momento por la pirotecnia emocional y tensando la cuerda dramática hasta extremos insospechados, Take Me to the River avanza a golpe de giros inverosímiles y situaciones que, en manos de algún héroe de la Nueva Comedia Americana como Ben Stiller o Will Ferrell, podrían haber desembocado en un festín humorístico. Tal como lo plantea Sobel, resulta muy difícil llegar a saber si el director se está tomando en serio la historia, si se está riendo de sus personajes, o si lo único que le interesa es jugar al despiste con el espectador. Para algunos compañeros con los que hablé a la salida de la proyección del film, Take Me to the River formula un complejo trabajo narrativo basado en la ambigüedad. Para mí, Sobel no termina de encontrar el tono de la película, que termina dando unos simplistas bandazos entre, por una parte, la denuncia del animalismo primario de los habitantes de la América profunda y, por otra, un desconcertante juego narrativo de tintes satíricos.

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En un registro más convencional y arquetípico, pero a la postre más sugerente, Joe Swanberg (referente esencial del mumblecore y protagonista hace dos años del Americana con Drinking Buddies) entrega en Digging for Fire un dramedy matrimonial que se atreve a situar en el centro del relato la variable de clase (social), algo poco habitual en el cine norteamericano contemporáneo. En todo caso, a la película no le faltan clichés: una pareja de neuróticos urbanitas de clase media añoran no tener responsabilidades paternas/maternas; el marido aprovecha un fin de semana solo en casa para comportarse como un niño grande con sus amigotes; la mujer se reencuentra con su poder de seducción lejos del marido. La novedad del relato la encontramos en una interesante parábola que surge del encuentro, por parte del marido, de unos huesos humanos en el jardín de la mansión californiana que la familia está habitando por unas semanas. Intrigado, el protagonista se pone a cavar obsesivamente en busca de nuevos restos humanos. Por momentos, esta compulsión excavatoria puede leerse como una evocación de una cierta podredumbre que se esconde bajo la reluciente superficie de la institución familiar, aunque también podría verse como una manifestación del deseo del marido de desenterrar y recuperar la autonomía perdida. A la postre, lo que termina imperando es una contundente meditación sobre un virus existencialista propagado por la abundancia: la mansión prestada a la familia bien podría ser un foco de angustia burguesa a la Antonioni.

Como en Faces de John Cassavetes, el corazón narrativo de Digging for Fire se concentra en una noche en la que marido y mujer vuelan sin ataduras. Sorprende la fluidez natural, orgánica, de una película que sabe cohesionar sus elementos: un guión que da espacio suficiente a cada personaje, una dirección académica y funcional, y un elenco que consigue escapar del histrionismo (con la excepción del siempre volcánico Sam Rockwell). Al trabajar con unos arquetipos bien conocidos, Digging for Fire camina permanentemente por el límite de la previsibilidad, sin embargo, Swanberg y su coguionista Jake Johnson (que también ejerce de protagonista) saben oxigenar el relato con breves chispas de magia: un taxista de edad avanzada, que no aparece en escena más de un minuto, reconoce de forma sincera y emotiva haber encontrado la libertad tras un traumático divorcio; una mujer salida de la nada y equipada con un potente telescopio le muestra Saturno y sus anillos a la protagonista. Detalles inesperados que afianzan el poso realista del film y que le otorgan una singular dimensión cósmica.