Manu Yáñez

¿Puede una película ser al mismo tiempo elegíaca y vitalista? De esa aparente paradoja surge la magia de El último verano, ópera prima con la que la cineasta y productora vasca Leire Apellaniz se ha colado en la Competición Oficial de Documentales del prestigioso Festival de Karlovy Vary, después de pasar por el Festival Internacional del Uruguay y el BAFICI (Buenos Aires). Un equilibrio entre vivacidad (cinematográfica) y nostalgia (cinéfila) que se explica gracias a la colisión de dos fuerzas de envergadura. Por una parte, un gran tema: la desaparición de la proyección en celuloide a manos de la avalancha digital orquestada por las majors de Hollywood. Por otra parte, un personaje monumental: Miguel Ángel Rodríguez, héroe anónimo, durante décadas, de muchos cines de verano de Madrid y Andalucía. Una suerte de llanero solitario que transita por los márgenes de la sociedad sobrado de compromiso cinéfilo y espíritu libertario. Sobre estos dos pilares se construye un magnético documental observacional (con apuntes ficcionales) que tiene alma de western crepuscular o de road movie peninsular. Dignificando a un hombre y su profesión –el último pequeño empresario de los cines de verano–, El último verano transmite el virus de la nostalgia mientras inocula al espectador con un antídoto de optimismo y fe en el futuro del cine (digital).

Para conocer en profundidad los secretos de El último verano, charlamos vía Skype –entre Barcelona y San Sebastián– con su directora, guionista y productora, Leire Apellaniz, que desde 1999 lleva combinado labores en numerosos proyectos audiovisuales con su trabajo en algunos de los más importantes festivales del estado. Actualmente, Apellaniz es la responsable del departamento técnico del Festival de San Sebastián y, hasta su reciente incorporación al equipo del centro cultural Tabakalera, también lo había sido del Festival de Cine Europeo de Sevilla y del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. Además, Apellaniz ha desempeñando labores como jefa de producción y ayudante de dirección en diversos proyectos cinematográficos, entre los que se encuentran El método Arrieta, documental de Moriarti Produkzioak, o el multipremiado cortometraje Cólera, de Aritz Moreno, socio de Apellaniz en la productora Sr. y Sra.

¿Cómo surgió el proyecto de El último verano?

Todo empezó en 2013. La desaparición temporal del Festival de Las Palmas, donde yo trabajaba en el departamento técnico, hizo que dispusiera de un montón de tiempo libre. Entonces, por mi cumpleaños, un amigo me invitó a un taller de cine impartido por Patricio Guzmán. Aquello me permitió reconectar con un viejo anhelo casi olvidado: hacer documentales. Me había implicado tanto en el trabajo en festivales y en la producción de trabajos de otros que había descuidado la posibilidad de llevar a la pantalla mis ideas. A todo esto, yo conocía a Miguel Ángel Rodriguez desde hacía tiempo. Había trabajado en el cine de verano con él y sentía que ahí podía haber un documental. Además, sentí que era el momento adecuado para retratar la transición de la proyección en formato analógico a digital, del 35mm al DCP, que es algo que he vivido de lleno en mi trabajo para festivales. Todos esos intereses coincidieron con una disponibilidad de tiempo que me permitió abordar la realización de El último verano.

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¿Es interesante que fuera el personaje el que te llevara hasta ese gran tema –la transición de lo analógico al digital– que conforma el trasfondo temático de la película?

Miguel Ángel es un tipo increíble. Recuerdo un día en que, charlando, le dije: “Pero es que tú eres un personaje de la hostia, Miguel Ángel”. Y él me contestó: “Leire, estás equivocadísima. La diferencia entre persona y personaje es la dimensión literaria… y yo carezco de ella” (risas). Para que te imagines lo personaje que es el tío. De hecho, es una persona más graciosa e incluso más optimista de lo que se ve en la película. Ahora mismo está peor que en la película a nivel profesional, pero aún así se mantiene activo y animado. Como te decía, la película surgió el día en que junté en mi cabeza al personaje y ese tema que me interesaba. Le llamé para proponerle la idea. Hacía cuatro años que no hablábamos. Y me dijo: “Estás como una cabra. Vamos a hacer una chorrada. Pero vale, me apunto” (risas). Entonces, con Aritz Moreno, mi socio en la productora Sr. y Sra, fuimos a Madrid para hacer unas pruebas de cámara y ver si Miguel Ángel podía realmente protagonizar el documental. Y lo que resultó fue una obviedad: ¡teníamos delante a un tipo de la altura fílmica de Al Pacino! (risas).

¿Y cómo fue el proceso de escritura y construcción de la película?

El último verano empezó como un proyecto de cortometraje, aunque yo intuía desde el principio que podía convertirse en un largo. No fue necesaria ninguna documentación o investigación porque yo conocía perfectamente el cine de verano de Miguel Ángel, sabía qué cosas pasaban allí y qué era lo que me interesaba contar. Sabía que el verano de 2013 podía ser conflictivo por culpa del apagón digital: el momento en que las empresas de procesado fílmico iban a dejar de producir material en celuloide para distribución comercial. En un primer momento, no me atreví a plantear el rodaje de un largometraje y decidimos hacer un corto. Pero pasaron dos cosas. La primera es que el apagón digital se retrasó a 2014. La segunda es que recibí una ayuda del ICAA para hacer un cortometraje. Una de las razones para no hacer un largo es que no teníamos dinero. Puede arrancar esta película gracias a que lié a Javier Aguirre –director de fotografía de Loreak y Amama–, a Aritz Moreno y a la sonidista Alazne Ameztoy para que se metieran en una furgoneta con dos cámaras 5D (una nuestra y otra que nos prestaron los de Txintxua Films) y me acompañaran en esta aventura. Filmamos durante dos fines de semana y cuatro días más, y nos dimos cuenta que aquello era el principio de algo. Entregamos el corto que nos habíamos comprometido a hacer pero decidimos seguir rodando en el verano de 2014.

Tratándose de un documental observacional, hay varios momentos de la película que parecen muy construidos, como la llamada que recibe Miguel Ángel de la policía. Me pregunto hasta qué punto pudiste plantear esa construcción “ficcional” gracias al talento actoral de tu protagonista.

Aquí entraron en juego dos factores. Por una parte, cuando empecé a pensar la película, aunque yo sabía de su carisma, no podía imaginar la bestia parda con la que me iba a encontrar delante de la cámara. Y eso me permitió construir escenas que, para mi sorpresa, salían a la primera toma gracias a ese talento natural de Miguel Ángel. Luego, también es verdad que si hubiese tenido el dinero y el tiempo para trabajar de forma más holgada, seguramente habría hecho una película más observacional, más purista. Habría seguido a Miguel Ángel durante semanas, día y noche. Pero también creo que el resultado no habría sido muy diferente de lo que ha quedado en la película.

Antes hablabas del optimismo de Miguel Ángel, su reticencia a dejarse llevar por la amargura y el abatimiento. Me parece que ese vitalismo está representado en la película por el movimiento constante del personaje. A diferencia de lo que ocurría en la estática y elegíaca Goodbye Dragon Inn de Tsai Ming-liang, que también miraba con nostalgia el final de una manera de proyectar cine, El último verano es una película muy dinámica.

Miguel Ángel es así, puro movimiento. En una misma semana, puede irse tres veces a Almería y dormir en las rectas de La Mancha mientras conduce, y eso es verdad (risas). Se fuma tres paquetes de tabaco al día, casi no duerme… Lo hace todo: es el jefe, el auxiliar y el ayudante de producción de su negocio. Y eso se puede detectar por ejemplo en la escena en la que vemos cómo montan el sistema de proyección en La Cabrera, hacia el final de la película. Es mi escena favorita.

Es una escena peculiar, muy sosegada, con planos más fijos y más largos, casi contemplativa.

Es mi preferida. En realidad, es la único que no me genera problemas.

Pues a mí me gusta el dinamismo de gran parte de la película. La secuencia en la que encadenas de manera rítmica diferentes imágenes de proyectores de 35mm representa muy bien ese vitalismo que percibo en la película, pese a la constancia de que estás mostrando el final de una forma de entender el cine.

Creo que eso forma parte de la personalidad de Miguel Ángel y la mía. Somos personas alegres, nada pesimistas, e imagino que eso se ha transferido inevitablemente al tempo y al tono de la película. Ahora mismo, Miguel Ángel está pasando un mal momento, pero con su honradez y generosidad se ha ganado la amistad de mucha gente que está dispuesta a echarle una mano. Para mí era muy importante retratar un espíritu y una forma de vida. El mundo del cine y las proyecciones me ha servido de escenario para hablar de otras cosas: cómo afrontamos la vida, nuestra relación con la tecnología, qué cosas van quedando por el camino cuando el mundo avanza…

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Debo reconocer que, para mí, El último verano es una película sobre un hombre y su trabajo. Creo que la película se puede ver de muchas maneras: como un documental observacional, como una road movie o incluso como un western crepuscular. Pero al final, lo que me queda, esencialmente, es la figura de este hombre que pone toda su esfuerzo y su fe en su trabajo, su misión. Quería preguntarte si has tenido que eliminar otras caras del personaje para condensar su compromiso profesional.

La realidad es que, entre junio y septiembre, el cine de verano es toda su vida. Yo no conocía ninguna otra faceta del personaje. Con el tiempo, he ido descubriendo otras caras, pero durante cuatro o cinco meses al año él dedica dieciséis o diecisiete horas al día a esto. No solo lleva cines de verano en Madrid, sino también en Jaén y Almería. Vive en esa vorágine todo el día. En cuanto a la película, tuve dudas sobre si mostrar la Cineteca o la Sala Berlanga, en Madrid, porque sentía que el corazón de la película estaba en los cines de verano, que es lo que hace Miguel Ángel y lo que ahora está dejando de hacer por necesidad. Lo interesante era reflejar cómo resuelve él la incapacidad para poder seguir haciendo ese trabajo, que lleva haciendo veinte o veinticinco años, porque no tiene la infraestructura necesaria.

Me gustaría que me hablaras un poco de los escenarios de la película: los pueblos pequeños, pero también esa plaza gigante en Sevilla con ese macro-cine de verano.

La selección de los escenarios estuvo muy marcada por lo que me funcionaba o no a nivel narrativo. La selección tiene algo de aleatoria, porque son los lugares en los que se estaba proyectando en los pocos días que fuimos a rodar. Por suerte, al haber trabajado proyectando en esos pueblos, conocía muchos de los escenarios y sabía a priori cuáles podían funcionar mejor, cuáles estaban más alejados del mundo urbano. También quería mostrar las diferentes versiones del cine de verano: desde proyecciones tan pequeñitas como Lucainena de las Torres hasta sitios tan alucinantes como lo de Sevilla, que es algo que no monta Miguel Ángel. Era importante marcar la diferencia entre Miguel Ángel, que es un espíritu libre que ama el cine y que no tiene una gran visión empresarial, y la gente que ha tenido otros objetivos y que es capaz de montar un cine de verano para 900 personas, con chiringuitos de bebidas y bocadillos. ¡A Miguel Ángel jamás se le ocurriría lo de los bocadillos! (risas). Al principio de la película, le vemos despertar en un coche casi como si fuera un vagabundo, y acabamos viendo que es un hombre con una dignidad brutal, que sabe lo que hace pese a sus limitaciones como empresario. Es un tío super anarquista. Políticamente se sitúa muy a la izquierda y tiene un bagaje filosófico muy vasto. Es un hombre que ha llevado muy lejos sus convicciones ideológicas. No está conforme con el orden social y va por libre. Pero claro, cuando ha necesitado de una estructura para salir adelante, han surgido los problemas.

Viendo la película, había filtrado mi visión del personaje a través de una cierta cinefilia: le veía como un personaje de western crepuscular, un fuera de la ley que persigue su destino con terquedad. Pero es verdad que hay algo muy real, muy político, en el acorralamiento que sufre Miguel Ángel por parte de fuerzas macro-estructurales, desde la ley hasta las políticas de las grandes productoras de Hollywood.

Ese es uno de los ejes centrales de la película. En un momento, la película estuvo a punto de llamarse Acorralado. Él representa un tipo de libertad un poco loca con la que me sentía identificada. En mi día a día, por mi trabajo como productora, es impresionante la cantidad de veces que tengo que pasar cuentas con hacienda y con el sistema en general. Y él pasa de todo (risas).

El trabajo de sonido me ha parecido muy rico. La energía rítmica que aporta el ruido de los proyectores es genial. Y luego hay un trabajo con los diálogos y el montaje muy interesante. En la escena en la que conversan Miguel Ángel y Álvaro Ogalla –el proyeccionista de Cineteca y protagonista de El apóstata–, escuchamos a Álvaro pronunciar un resignado “ahora es tan fácil”, en referencia a la proyección digital. Y la frase suena cuando la imagen ya nos ha transportado a la Sala Berlanga. Hay algo casi poético ahí ¿Cómo trabajaste el sonido?

Para mí era importante que la película fuera lo más honesta y austera posible. En este caso, la austeridad reflejaba la realidad de lo que yo había vivido. De hecho, en ciertos momentos he eliminado la música que procedía de las películas proyectadas. Tampoco quería utilizar voces en off. La banda sonora tenía que ser el cine. No buscamos conscientemente que los proyectores fueran los protagonistas sonoros. Esto ha surgido de forma orgánica a partir del principio de austeridad que nos ha guiado en todo momento. Marcos Flórez, el montador, ha tenido un papel importante en todo esto. Además, más allá de la parte narrativa de la película, me interesaba el elemento antropológico. Me sentía con la obligación de retratar por última vez el cine de verano, algo que yo llevaba viviendo mucho tiempo. De ahí surge la necesidad de filmar los rodillos de los proyectores en movimiento una y otra vez. O la secuencia que antes te comentaba de La Cabrera, en la que mostramos cómo se monta, de principio a fin, una proyección de cine de verano.

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Hay un elemento de El último verano que puede llegar a ser paradójico. Es la idea de filmar en formato digital una celebración de la magia del cine y la proyección en 35mm. ¿Cómo llevaste esta cuestión?

En este ámbito, no me ha podido el romanticismo. Mi acercamiento al mundo de la proyección de cine es algo muy personal, es mi vida. Pero también es un vehículo para hablar de otras cosas. Era consciente de las limitaciones económicas con las que contaba y rodar en celuloide no era una posibilidad. Hemos filmado unas 60 horas de película. Es impensable hacer una película así en 16mm. Habría sido otra película. La realidad es que ni siquiera he podido elegir el tipo de cámara digital con el que rodamos. Para mí, el contenido, lo que quería contar, era lo primero. Aunque luego también he querido darle un poco la vuelta al asunto y la última secuencia de la película está rodada en 35mm y en Scope. Más que por la película en sí misma, creo que Miguel Ángel merecía ser rodado en 35mm y ponerle a la altura de otros personajes importantes del cine. Cuando vemos cine, solemos valorar el trabajo de los actores, conocemos el nombre de los directores, pero hay mucha más gente involucrada y que es imprescindible para la realización y exhibición de cine. Lo que sí me queda es la ilusión de poder hacer una copia de El último verano en 35mm. Me haría ilusión proyectarla al aire libre.

Por último, quería preguntarte por tus impresiones respecto a las posibilidades de construir espacios de resistencia ante el acorralamiento al que las majors de Hollywood están sometiendo a todo el ámbito de la producción y exhibición de cine.

Mi sensación es que las majors están matándose a sí mismas por culpa de su ambición, una desesperación por incrementar sus beneficios y acaparar todo el mercado del cine. Para ellos no existe un posible equilibrio con otras formas de cine. Y por ese camino están generando una brecha enorme entre el contenido de sus películas y lo que yo considero cine. Cada vez hay menos contenido y más fuegos artificiales, que es lo que ellos piensan que te llevará hasta la sala. Pero la gente no es imbécil. Si vas a ver una peli y los efectos son increíbles, y hay 3D, y el sonido es Atmos, pero no te emociona lo que ves, entonces lo más probable es que dejes de ir al cine. No tengo muy claro hacia dónde van con todo esto, pero creo que se están equivocando.

Por otro lado, la manera que tenemos de resistir es creer en lo que hacemos y poner el beneficio en un segundo plano. Evidentemente, tenemos que comer, pero nuestra ambición tiene que estar en otro sitio: en las imágenes y en nuestras historias. Así, creo que la gente que vaya a ver nuestras películas nos seguirá apoyando. No necesitamos que nos vaya a ver un millón de personas. Nuestras películas no valen 5 millones de euros. Creo que habrá un circuito más pequeño pero sostenible, porque en el fondo nuestras películas son sensatas y coherentes, y atienden a la necesidad de contar historias y comunicarnos entre nosotros.

Los espacios de proyección alternativa están proliferando. El otro día estuve en el Phenomena de Barcelona y es increíble. Ahora todas las majors quieren hacer sus estrenos allí y es la sala más freak. Lo que se trata es de cuidar y amar el cine. Hay espacios como Tabakalera aquí en San Sebastián, o Cineteca, o Numax en Santiago de Compostela. Sitios que están funcionando porque hay espectadores que buscan otras experiencias. Y hay gente que está pagando por ver películas en Filmin. Se está creando un tipo de vida cinéfila alternativa que conecta con las películas que algunos estamos dirigiendo y produciendo. De cara a las subvenciones, hay que luchar porque el nuevo programa de ayudas del ICAA ha sido un palo bastante grande para las producciones pequeñas. Yo tengo un proyecto de una película de 2 millones de euros y entraré en ese juego, pero creo que debe existir una convivencia entre un cine de autor más industrial, que podría equipararse al cine de Wes Anderson o Paul Thomas Anderson, y otro cine más austero y alternativo.