Manu Yáñez

Mountains May Depart no es una película redonda. Puede que ni siquiera sea una de las mejores películas del gran cineasta chino Jia Zhang-ke. Y, pese a todo, la nueva película del ganador del León de Oro de Venecia por Naturaleza muerta es para este crítico lo mejor que se ha visto en la Sección Oficial competitiva de Cannes 2015. Una saga familiar en tres tiempos –puntuada por el uso de tres anchos de imagen distintos–, Mountains May Depart nos lleva desde la China de finales del siglo XX hasta la Australia de 2025, dibujando una lúgubre crítica al proceso de deshumanización que sufren las sociedades capitalistas. Sin necesidad de parábolas, yendo directo al grano, pero utilizando también múltiples mecanismos de distanciamiento (a la Brecht), Zhang-ke traza un relato de corte melodramático en el que los sueños de prosperidad de todo un pueblo se estampan contra la perversidad de un modelo socioeconómico.

Mountains May Depart reúne elementos de varias películas de Zhang-ke: el arco histórico de Platform, la dimensión global de The World y el pulso narrativo de A Touch of Sin. El director de Xiao Wu parece haber dejado atrás el proceder pausado y observacional de sus primeras películas, sustentado en amplios planos generales y prolongados travellings laterales. Por contra, el autor de Unknown Pleasures parece especialmente interesado en acercarse a sus afligidos personajes, “encerrándolos” en encuadres sin profundidad de campo que evocan una cierta claustrofobia existencial. Esta apuesta formalmente opresiva alcanza su punto álgido en el deslumbrante primer capítulo de Mountains May Depart, filmado en 4:3 (formato cuadrado) y propulsado en su arranque por un uso festivo y fatalmente irónico del Go West de los Pet Shop Boys. La pletórica coreografía musical que abre la película captura a la perfección el tono de este colorista episodio, ambientado en 1999 y marcado por las ilusiones de una generación que cabalga a lomos del progreso económico y los anhelos de riqueza.

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El segundo capítulo, que transcurre en el año 2014, parece un regreso al universo opaco de Zhang-ke. El melodrama sentimental perfilado en la primera parte (una clásica historia de hombre rico, hombre pobre) toma vuelo gracias a la extraordinaria interpretación de Zhao Tao, la eterna musa del director, a la que se echa de menos cada vez que abandona el plano. El hondo fatalismo y melancolía que desprende Mountains May Depart hace pensar en el gran clásico Spring in a Small Town del chino Fei Mu –ambas películas tienen pasajes que se desarrollan en escenarios en ruinas–, aunque, curiosamente, el título en el que más pensé mientras veía el film de Zhang-ke fue en El futuro. Como en la elegíaca película de Luis López Carrasco, aquí el paso del tiempo no es sinónimo de progreso, sino más bien de parálisis o involución.

Uno de los elementos más fascinantes de la irregular Mountains May Depart es la diversidad de mecanismos de distanciamiento que emplea Zhang-ke, desde las rupturas documentales –misteriosas escenas de muchedumbres apelotonadas– hasta las fugas surrealistas –un avión estrellado recuerda a la nave de Naturaleza muerta– pasando por un uso poderosamente expresivo de imágenes digitales de baja resolución. Un programa estético coronado por el empleo de diferentes formatos de imagen, progresivamente más panorámicos. Una estrategia que parece funcionar más como una acotación histórica que como un recurso expresivo: Zhang-ke no parece interesado en ir incrementando la carga épica o monumental del film.

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El último episodio de la película, el peor de los tres, está ambientado en Australia en 2025 y adolece de una cierta tendencia a lo caricaturesco. La figura de un hijo (llamado Dólar) incapaz de comunicarse con su padre por culpa de un abismo lingüístico –el padre no habla inglés y el hijo no sabe chino– es lo suficientemente poderosa para sostener el relato, pero Zhang-ke nunca parece hallarse del todo cómodo filmando en inglés, fuera de China y con unos actores algo limitados.

Puede que Mountains May Depart no sea la película más redonda de Cannes 2015 –Carol de Todd Haynes e Inside Out de Pete Docter tienen más cartas para llevarse dicha distinción–. Tampoco es la más sutil, pero su lúcida, amarga y urgente radiografía del modelo capitalista compensa todos sus desajustes.