Carlota Moseguí

El año 2010 fue un año decisivo para Matías Piñeiro. Tras dirigir A propósito de Buenos Aires, El hombre robado y Todos mienten, el cineasta argentino inició lo que se convertiría en una suerte de tributo prolongado al mejor dramaturgo de todos los tiempos: William Shakespeare. Sus últimos films (La princesa de Francia, Rosalinda y Viola) son revisiones íntimas –no adaptaciones– de tres comedias del escritor inglés, Trabajos de amor perdidos, Noche de reyes y Cómo gustéis. Actualmente, Piñeiro se encuentra en el Festival de Locarno presentando su nuevo largometraje, Hermia & Helena, que junto al de Rita Azevedo Gomes, Correspondências, se postula como gran favorito a llevarse el Leopardo de Oro. Como decíamos, si 2010 significó un punto de inflexión en la carrera de Piñeiro, Hermia & Helena supondría su segundo gran giro cinematográfico.

En la rueda de prensa de esta mañana en Locarno, Piñeiro ha confesado que su cuarto tributo a William Shakespeare ha supuesto el mayor reto de su trayectoria. De entrada, por la barrera del idioma, dado que el film está rodado (casi íntegramente) en inglés. También por tratarse de su primera película realizada en territorio extranjero, en concreto en localizaciones poco turísticas de Manhattan, en un intento por destruir la imagen idealizada de Nueva York que universalizó el cine de Woody Allen. Y, en tercer lugar, por el singular esqueleto narrativo del film: Hermia & Helena está estructurada en duetos, un estilo teatral que el director admite haber evitado a toda costa en su filmografía anterior debido a las dificultades para dominarlo. El modesto cineasta no sólo ha resuelto ese aparente hándicap personal, sino que a sus treinta y cuatro años ha dirigido la que podría ser su opus magnum, así como su mayor homenaje a Rohmer y Rivette –la película también esconde un guiño cinéfilo a una obra de culto de Alfred Hitchcock–.

El título de Hermia & Helena –como el de La princesa de Francia, Rosalinda y Viola– hace referencia a dos personajes femeninos secundarios de la comedia shakesperiana adaptada, que en esta ocasión es Sueño de una noche de verano. Sin embargo, a diferencia de las tres obras anteriores de Piñeiro, las nuevas protagonistas –Camila (Agustina Muñoz) y Carmen (María Villas)– no son actrices de teatro embrujadas por los personajes de Shakespeare que están interpretando. En esta ocasión, Camila y Carmen no son Hermia y Helena, sino que todos los personajes de la ficción –principales y secundarios, masculinos y femeninos– poseen algún rasgo de la hija de Egeo y su mejor amiga.

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Camila, porteña y traductora vocacional, se dispone a mudarse a Nueva York tras haber conseguido una beca en una prestigiosa residencia artística. Durante un año vivirá en Manhattan para traducir Sueño de una noche de verano al castellano. Paralelamente, su mejor amiga, Carmen, ha terminado su beca en el mismo programa. En un principio, el viaje de Camila, que busca seguir los pasos de su amiga, carece de ambición artística. Sin embargo, una vez en Nueva York, la protagonista experimenta una especie de revelación vital que la empuja hacia nuevas hazañas amorosas y personales: reencontrarse con el amor de su vida, frecuentar a la misteriosa Danièle (Mati Diop), empezar un affaire secreto con otro miembro de la residencia (Keith Poulson) y, sobre todo, conocer por primera vez a su padre (Dan Sallitt).

Los episodios de la aventura vital de Camila no serán las únicas escenas que verán los espectadores de Hermia & Helena. Esta exquisita trama rohmeriana se alterna con una representación insólita de la traducción de Sueño de una noche de verano. El fantasma de Shakespeare se materializará en la ficción imprimiendo palabras de su célebre comedia sobre las imágenes o convirtiendo los fotogramas al negativo. Sin embargo, Shakespeare no es el único espíritu que vaga por Hermia & Helena. La musa de Yasujirō Ozu, Setsuko Hara, a quien Piñeiro ha dedicado su película, se introduce en la mente de Camila para que pronuncie uno de sus versos más célebres: “La vida es decepcionante”.