En la última edición del festival barcelonés L’Alternativa, los programadores tuvieron el acierto de emparejar en una única sesión No Cow on the Ice, el largometraje de 61 minutos de Eloy Domínguez Serén, y el cortometraje Pueblo de Elena López Riera. La forma extrañada de retratar el regreso a casa que propone López Riera –una antropología alucinada en la que resuena un ambivalente sentimiento de pertenencia/desarraigo– generó interesantes rimas con el diario fílmico de Domínguez Serén, que retrata la difícil inmersión del director en una cultura, la sueca, que se presenta como un acertijo indescifrable, un trabalenguas imposible. Encaramada a las formas del cine ensayístico en primera persona, No Cow on the Ice disecciona un proceso de (auto)descubrimiento que arranca como un diccionario filmado del idioma sueco (distanciado y digital) y termina con el adiós a una tierra conquistada (emotivo y en formato Super 8).

No Cow on the Ice es transparente en su premisa y relativamente hermética en su desarrollo. La película arranca con el aterrizaje en Suecia del director, miembro de la generación de jóvenes licenciados forzados a emigrar por culpa del austericidio al que se ha sometido a la sociedad española. Así, con la crisis nacional como ominoso fuera de campo, este film sosegado y reflexivo acompaña a su autor en sus desventuras laborales y sentimentales en una suerte de terra incognita. Una odisea minimalista que gana enteros cuando Domínguez Serén –director de Jet Lag (2014) y cofundador de la publicación online A Cuarta Parede– se esfuerza por representar de forma directa el abismo que, inicialmente, le separa del otro: sus vecinos, la cultura sueca. Destaca, por ejemplo, un pasaje rodado en un parque donde unos chicos retozan al sol y participan alegremente en un desfile. Como en una versión asordinada y discreta de los viajes de Chris Marker a Japón, nunca llegamos a saber qué celebran los jóvenes suecos. Otro momento interesante es la filmación de un torneo de “piedra, papel, tijera”: un haz de inteligibilidad en el silente lost in translation del director. Por su parte, los fragmentos más íntimos no alcanzan en un principio el mismo grado de expresividad. La aparición de Fathia, la novia sueca del director, se presenta tamizada por un pudor para mi gusto un tanto excesivo: resulta difícil no recordar el fulgor amatorio y herido del True Love (2011) de Ion de Sosa. La comparación es injusta, pero da cuenta de los registros en los que trabajan ambas películas: todo lo que tiene de decorosa No Cow on the Ice lo tiene de exhibicionista True Love.

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A la postre, vale la pena atender a la disposición meditativa de la obra de Domínguez Serén. De hecho, el pasaje más deslumbrante de No Cow on the Ice está importado del pausado cortometraje I den nya himlen (No novo céio), que dirigió el propio Domínguez Serén en 2014. En dicha secuencia, se engarzan, a través de prolongados fundidos encadenados, una serie de estampas urbanas que tienen como centro de gravedad el Ericsson Globe, una cúpula que se impone de forma monumental sobre el paisaje de Estocolmo. En un riguroso ejercicio de geometría observacional, la escena invoca el choque conceptual entre lo permanente y lo transitorio, lo inmóvil y lo mutable: dialécticas que, como veremos, tendrán un peso crucial en el discurso que plantea la película en torno al concepto de la identidad personal.

Con la obra de Jonas Mekas como alma mater, No Cow on the Ice se va revelando como una obra sobre la búsqueda de la propia voz, primero silenciada (interior y exteriormente) por el destierro y la distancia cultural, y luego hallada en el diálogo con “el otro”. Domínguez Serén encuentra una forma elegante y elocuente de describir este proceso de restitución identitaria. En el desconcierto inicial, los soliloquios interiores del director se expresan a través de intertítulos, mientras que la voz en off no hace acto de presencia hasta que el director empieza a dominar el idioma sueco. Suele ocurrir que, al hablar en un idioma que no es el propio, uno descubre una autonomía inesperada, un espacio para la representación libre del yo. Una exploración de lo propio a través de una misteriosa (auto)emancipación. Este proceso psicológico va tomando cuerpo en el transcurso de No Cow on the Ice, que sin perder jamás su naturaleza errante y elíptica –hay un misterioso regreso a casa cuyo lugar cronológico en el relato no termina de quedar claro–, parece ir despertando a una cierta “alegría” creativa. Ahí está la bella escena en la que Domínguez Serén y Fathia comparten la dificultosa lectura de un cuento en sueco o el ya mencionado epílogo en Super 8, que contiene unas sentidas estampas de huellas en la nieve, un “yo estuve aquí” poético y enérgico. Pareciera como si, finalmente, Domínguez Serén hiciera caso del tema de Dylan que suena en otra contenida escena de la película: “Don’t Think Twice It’s Alright” (No lo pienses dos veces, está bien).

Proyecciones de “No Cow on the Ice” en Numax (Santiago de Compostela).