Violeta Kovacsics

Sevilla amaneció, como tantos otros lugares, con la noticia de la victoria, inesperada y dolorosa, de Donald Trump. Seguramente, no hay bálsamo mejor para esta herida que una película de Ulrich Seidl, que encomendarse a su mirada crítica. En Safari, su última película, proyectada en la Sección Oficial de Sevilla, brotan por momentos los recuerdos más siniestros de la vieja-vieja Europa, xenófoba, de lenguaje violento. De personajes atrincherados en casetas cobardes desde las que disparar a animales.

Presentada en la sección Nuevas Olas del Festival de Sevilla, The Challenge, por su parte, retrata el particular universo de aquellos países árabes que viven en una contradicción, entre sus tradiciones más arraigadas y un neoliberalismo exacerbado. No hay nada más curioso que ver cómo aquello que en teoría más se opone a lo americano (los países árabes, el mundo musulmán) termina abrazando, y por momentos llevando al extremo, el neoliberalismo y el capitalismo que se impulsó desde los Estados Unidos.

En Safari, Seidl parte de lo concreto (la caza) para adentrarse en algo más amplio, más profundo, en las grietas de un sistema global. Una pareja mayor recita una lista de precios, de animales y elementos para la caza. Matar un ñu vale mil euros. Comprar un halcón de alas magníficas y de bello pico cuesta veinte mil dólares, según la puja que se muestra en un momento de The Challenge. Ambas películas se vuelcan en el retrato de sendos hobbies que definen el mundo y los sistemas en los que vivimos: los safaris, por un lado; y un concurso de halcones, por el otro. Seidl parte de lo pequeño para ahondar en fisuras mayores (no se trata solo de la caza, sino también de la diferencia entre blancos y negros en una África todavía colonizada). Yuri Ancarani, el director de The Challenge, opta en cambio por una suerte de relato estético: con los faros de los jeeps en medio del desierto, o con una cámara situada sobre uno de los halcones.

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Resulta asombroso cómo Seidl logra acercarse a una serie de personas para realizar retratos eminentemente irónicos. Hay algo en su distancia, en la geometría de sus planos, en la capacidad de dejar que las personas revelen sus gestos sin pudor, que recuerda al Werner Herzog documentalista, otro cineasta capaz de revelar la profunda ironía que encierran la realidad y el ser humano. No en vano, Seidl ha convertido Safari en una película también sobre la representación, sobre la puesta en escena, sobre las fotografías en las que los cazadores posan junto a su presa, después de acicalarse. “Posas como Atlas”, le dice en un momento una mujer a su esposo, que carga con la cabeza de una jirafa que acaba de matar.

Una vez más, he aquí una cuestión de puesta en escena: si, en Safari, la crítica y la ironía surgen de la mirada del cineasta; en The Challenge estas se encuentran en los gestos, en la propia acción, en las situaciones que se retratan. En el filme de Ancarani, el choque cultural se revela, por ejemplo, en la escena en que un grupo de hombres mira el fútbol en impresionantes televisores, dentro de unas tiendas tapizadas con alfombras persas en medio del desierto. Una, The Challenge, retrata un gran tema; la otra, Safari, tiene un gran autor.