Carlota Moseguí

En la pasada edición del Festival de Rotterdam se proyectó un film tibetano sobre una familia que emprendía un doloroso peregrinaje religioso hacia Lhasa. Tras presentarse triunfalmente en el Festival de Toronto, Paths of the Soul quedó segunda en el ranking de votaciones del público en Rotterdam. Esta ficción efectista, que imposta un estilo documental para impresionar a su audiencia, se sitúa en las antípodas del genuino estilo vérité del director chino Wang Bing, autor de obras maestras como West of the Tracks o The Ditch. Sus películas deben considerarse manifiestos contra la presentación edulcorada de la tragedia humana. De hecho, como apunta la voz en off de Guy Maddin a propósito de los blockbusters bélicos en el cortometraje Bring Me the Head of Tim Horton (también presentado en Berlín), el cine impostado es como “un funeral sin cadáver”. Estas películas “pretenden aterrorizarnos mostrando la muerte en sí sin que hayan muertos de verdad”, insiste Maddin: “Quieren explicar el inexplicable sentimiento de tristeza, pero nunca podrán mostrar una verdad absoluta con este estilo, tan sólo una verdad psicológica”.

Como se mostraba en el documental sobre Wang Bing que se presentó en el pasado Festival de Rotterdam, titulado Night and Fog in Zona, el director de Man with No Name es capaz de engañar a los protagonistas de sus films para hacer aflorar la verdad. Y, de hecho, es la verdad, y sólo la verdad, el motor del cine de Wang Bing. En su última película, Ta’ang, presentada en la sección Forum de la Berlinale, su obsesión por desvelar verdades incómodas le lleva a tratar una cuestión de extrema actualidad: el presente y futuro de los refugiados. Bing retorna a la provincia de Yunan –donde rodó Til Madness Do Us Part y Three Sisters– para filmar a birmanos y a miembros de las comunidades Ta’ang y Han Dai del estado de Kokang, que se vieron obligados a desplazarse hasta las fronteras con China y Tailandia cuando la guerra civil llegó a sus aldeas. Los protagonistas del documental son las mujeres, ancianas y niños que dejaron atrás a sus maridos, padres u otros familiares en Birmania, haciéndose camino hacia la tierra prometida de China. Las condiciones de vida de aquellos que permanecieron en Kokang –declarado estado de emergencia en febrero de 2015– es devastadora. No obstante, el destino que les espera a las heroínas que escaparon puede que sea mucho peor. Ta’ang arranca con una escena en la que un “voluntario” del campo de refugiados destroza la tienda de campaña de una de las familias y da patadas a la matriarca, mientras ésta sostiene a su hijo en brazos, para echarles de su precario refugio.

La mayor parte del metraje de Ta’ang se centra en el día a día de los habitantes de unas fabricas de té abandonadas y reconvertidas en campos de refugiados. En concreto, Maidihe y Chachang: dos recintos que en 2015 dieron cobijo a 4000 y 2000 personas respectivamente. Más adelante, la cámara intrusa de Bing da con una familia que deviene el corazón del documental. El cineasta sigue los pasos nómadas de Jim Xiaoman, que se traslada a otro campo con sus niños. La mujer nos confiesa sus deseos de suicidarse una y otra vez. Sin embargo, no lo lleva a cabo por no abandonar a sus dos retoños. Estas devastadoras palabras se suman a otras mucho más fatalistas: las conversaciones telefónicas con su marido, quien le da noticias desde el campo de batalla.

bring me the head of tim horton - 2

Las duras imágenes de Ta’ang permanecerán en nuestra retina durante el resto de la Berlinale, como también lo hará el metraje manipulado que acompaña la invectiva del canadiense Guy Maddin contra el cine comercial en Bring Me the Head of Tom Horton, o la canibalística puesta en escena del cortometraje He Who Eats Children de Ben Russell. Camino de convertirse en la mejor película de la Berlinale (a la espera de la proyección del último film de Lav Diaz), Bring Me the Head of Tom Horton es la segunda colaboración de Guy Maddin con Evan Johnson. Este tándem de lujo que en 2015 presentaron en Forum la incomparable The Forbidden Room, regresa a la vertiente más radical de dicha sección (Forum Expanded) con un trabajo que remita a Vampir Cuadecuc, la gran película de Pere Portabella.

Las técnicas de alteración de sonido e imagen han mejorado desde que Pere Portabella realizó su propia interpretación del mito de Drácula, deformando el material de archivo que filmó durante el rodaje de la película setentera de Jess Franco, Conde Drácula. Maddin y Johnson parten de la misma premisa, aunque no deconstruye un film de vampiros, sino Hyena Road, la superproducción de Paul Gross sobre la guerra de Afganistán. Según explica la voz en off de Maddin, ha sido contratado para hacer de extra en el film de Gross, y en los tiempos muertos se dedica a filmar el set del rodaje por placer. Esta breve pieza cómica combina brillantes momentos de humor con reflexiones sobre la puesta en escena de la violencia en el séptimo arte. Como señalábamos al inicio de la crónica, esta gratuita exhibición de la violencia es la base del cine bélico comercial que tanto irrita a Maddin. En palabras del autor de My Winnipeg, esta clase de películas son la antítesis de la poesía porque, queriendo mostrar la desgracia humana, la menosprecian y la falsifican vilmente.

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Otra joya breve escondida en la competición de cortometrajes de la Berlinale es el nuevo trabajo del prolífico autor estadounidense, Ben Russell. Con mas de treinta de títulos a sus espaldas, el último de ellos es una docuficción sobre un belga que fue víctima de un complot. Russell entrevista al acusado de comerse a los niños de un pueblo de Surinam en un blanco y negro que parece invocar la época en que acontecieron los hechos. Asimismo, la charla se ve interrumpida por ilustraciones de escenas de coloración sobresaturada donde los aldeanos cantan piezas folclóricas sobre él, mientras los más pequeños juegan a ser caníbales con máscaras de hombre blanco. He Who Eats Children es un imponente ejercicio sobre el carácter calidoscópico de una realidad determinada: cómo una calumnia se introdujo en el saber popular, convirtiéndose en una leyenda que acabaría siendo un pilar en la cultura popular de la comunidad que habita la jungla del Surinam.