Las metaficciones en las que se entremezclan diferentes niveles de representación (ficciones dentro de ficciones) son la gran especialidad del director francés Olivier Assayas. En las magistrales Irma Vep –una película sobre la realización de una película y Demonlover donde la realidad se confundía con lo virtual–, Assayas utilizaba los juegos de espejos, las estructuras de cajas chinas, para radiografiar la naturaleza mutante del cine contemporáneo. Por su parte, en Viaje a Sils María –una relectura de Eva al desnudo de Joseph L. Makiewicz el director de Carlos utiliza la idea del laberinto narrativo para explorar algo más concreto: el turbulento universo interior de una actriz de éxito internacional, Maria (Juliette Binoche). Una veterana intérprete que deberá afrontar la inexorabilidad del paso del tiempo y del relevo generacional, encarnado simbólicamente por su joven asistente (Kristen Stewart) y literalmente por una joven estrella de cine norteamericana (Chloe Grace Moretz).

La película presenta a sus protagonistas en un largo prólogo que introduce el tema de la batalla de egos, que se convertirá en el leit motif de la trama. Luego, en su tramo central, el film se eleva gracias a la ejecución de una intensa pieza de cámara en la que Binoche y Stewart se enfrentan en un trepidante cara a cara donde los personajes deambulan entre su realidad y la obra de teatro que están ensayando. En su época como crítico en Cahiers du Cinéma, Assayas escribió en varias ocasiones acerca de su fascinación por los arranques de Doble cuerpo y Blow Out (Impacto) de Brian de Palma, donde lo que parecía una escena de terror de serie B se revelaba luego como una ficción dentro de otra ficción. Un proceso autoreflexivo que en Viaje a Sils Maria le sirve a Assayas para poner de relieve los múltiples espejismos que pueblan el film. Kristen Stewart –cuyos perennes aires desdeñosos encajan a la perfección con su personaje– reflexiona sobre su condición de super-estrella desde su papel de asistente de Binoche. Y algo parecido hace Chloe Grace Moretz en la piel de una trasunta de Lindsay Lohan.

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Viaje a Sils Maria se disfruta más al pensarla que al contemplarla. Sus problemas se concentran en el exhibicionismo autoral de Assayas, que en ciertos momentos antepone su estilo y sus alardes intelectuales a la esencia orgánica del film. En un momento determinado, Assayas despliega una de sus características fugas narrativo-musicales, protagonizada por Kristen Stewart y el tema Kowalski de Primal Scream. Un desvío anecdótico que no deja huella alguna en el relato. Luego, en otro momento gratuito, Stewart y Binoche van al cine a ver una ridícula superproducción de ciencia ficción protagonizada por el personaje de Moretz y, acto seguido, mantienen un didáctico debate sobre el valor fílmico de los blockbusters. El Assayas-crítico parece devorar al cineasta. Por suerte, en su recta final, la película termina centrándose en el drama vital del personaje de Binoche, cuya asunción del transcurso del tiempo llega punteada por una emocionante epifanía natural, cercana al “rayo verde” de Rohmer o a los cuerpos quemados de Te querré siempre de Rossellini.